Todos evolucionamos a lo largo de nuestras vidas, nuestras relaciones son dinámicas y también sufren cambios, vaivenes, como todo sistema vivo. No son menos las relaciones de pareja, más complejas aún, en las que juntamos dos sistemas con sus correspondientes cambios en diferentes etapas. Las relaciones de pareja también nacen, crecen, se desarrollan, maduran y mueren.
La primera fase de la relación de pareja es la fase de enamoramiento, en la que tanto fisiológicamente como psicológicamente nos vemos inmersos en una vorágine que a veces parece escapar a nuestro control y no podemos dejar de pensar en esa persona y el deseo de estar con ella nos consume y desconcentra y tenemos una alta atracción sexual activada.
Sin embargo, el cuerpo es sabio y no puede mantener esa fase tan activa durante mucho tiempo, con lo que entramos en una fase de conocimiento, en la que nos centramos en conocer al otro con sus más y sus menos, a un nivel más profundo e intimo ya que cada uno de los miembros de la pareja se va mostrando justo como es, al tener cada vez más confianza con la otra persona. Puede que durante esta fase descubramos aquellos defectos del otro que no veíamos durante el enamoramiento porque nos cegaba el deseo y la atracción emocional, y hay que aprender a gestionarlos con mucha comunicación.
Durante la etapa de la convivencia, es cuando decidimos si queremos o no continuar con esa persona, es decir, entrar en un compromiso de relación más duradera, ya que es en esta etapa cuando se van gestando proyectos de vida, proyectos comunes que requerirán negociación y ponerse de acuerdo. La convivencia diaria, los repartos de las tareas, las responsabilidades y las cargas, pueden generar una rutina que puede afectar al deseo y es bastante común y normal que la actividad sexual se vea reducida.
Llegamos así a la fase de autoafirmación, en la que, tras querer compartirlo todo, nos enfrentamos a que surjan las necesidades individuales y, por tanto, necesitemos defenderlas. En este momento, es importante realizar actividades por separado y cultivar nuestro espacio individual, respetando siempre el vínculo y pactos que se han definido en la pareja. Además, pueden surgir conflictos o crisis personales que no estaban resueltas y que volvamos a enfrentarnos a nosotros mismos y nuestros conflictos, tras una larga temporada centrados en la pareja, por lo que lo mejor es procurarnos un espacio para gestionar nuestras necesidades individuales, dentro de la propia convivencia y relación de pareja.
En la etapa de crecimiento, la pareja profundiza en su relación, que desde ahora será más estable, más madura, en la que se empiezan a materializar los proyectos comunes, como tener hijos, comprarse una casa… Empezar a ver esos proyectos que ambos están creando convertirse en realidad, hace que de nuevo surjan el entusiasmo, la ilusión y la emoción, una especie de “nuevo enamoramiento” mientras construyen un futuro juntos.
La última etapa es la de la aceptación: La vida continúa y, con ella, los cambios, y si la pareja se adapta a ellos, se mantiene y madura aún más. En este momento se cuestionan las escalas de valores personales y compartidos, pueden surgir nuevos intereses debido a cambios como la emancipación de los hijos o la jubilación, cambios en el trabajo… Y puede surgir la consolidación o ruptura de la relación. Si se da una consolidación, puede suponer un reencuentro para la pareja, porque las exigencias y cargas de la vida son menores y se puede centrar de nuevo la atención y la energía en la pareja, creando nuevos proyectos e ilusiones.
No todas las relaciones pasan exactamente por las mismas fases o en el mismo orden, pero esta descripción general puede ayudarnos a entender un poco mejor el funcionamiento de la relación de pareja a lo largo del tiempo. Además, es importante que conozcamos estas fases para evitar entrar en dudas a las que podamos dar más vueltas de las necesarias, con la posibilidad de estropear una relación que puede ser muy positiva para nosotros.
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