El modelo capitalista-permisivo, es el modelo socio-sexual dominante en la actualidad. Aunque no supuso la desaparición de los modelos anteriores, éstos han ido coexistiendo con el dominante en nuestros días.
En este modelo, los sujetos de la actividad sexual son los dos miembros de la pareja, pero el placer de ella depende de la habilidad de él para generarlo; Así, el hombre asume la enorme responsabilidad no sólo de su placer (algo que se da por supuesto), sino del placer de su compañera. Así, la actividad humana más gratuita y hedonista de todas se convierte en algo asimilable al trabajo: el varón debe cualificarse como a, tiene que demostrar potencia física y competencia técnica en la relación, y el resultado (y, al mismo tiempo, la recompensa) de su productividad es el orgasmo femenino. La erótica humana se convierte en una perfecta relación laboral: la mujer pone el capital (su cuerpo), que es algo inerte y pasivo; el hombre pone su esfuerzo y el resultado es la plusvalía que se lleva ella, en forma de varios orgasmos, y el salario que le deja a él, en forma de orgasmo no precoz y satisfacción por el deber cumplido. El nuevo machismo no es el del amo, sino el del ejecutivo responsable.
“No hay mujeres frígidas, sino hombres inexpertos”, es la frase que mejor representa la ideología de este modelo.
La mujer ya es portadora de deseo sexual, pero no es dueña de él. El placer femenino depende de las técnicas masculinas. Esto hace que las mujeres de este modelo puedan convertirse en auténticas tiranas de su pareja, a quien castigan si no se esfuerza como debe o mantienen en duda el éxito conseguido para así manipularlo. Por el contrario, hay mujeres serviciales que fingen tener orgasmos para que su compañero no se deprima ni se enfade.
Las actividades sexuales típicas que coinciden con este modelo son las relaciones prematrimoniales como etapa de aprendizaje para el mejor ajuste futuro de la pareja; la sexualidad vivida con fines de placer y comunicación entre la pareja; la gimnasia sexual como expresión de las habilidades masculinas, y la anticoncepción como medio de evitar la reproducción no deseada.
Los temores principales de las personas que adoptan este modelo son los relacionados con el fracaso de la actividad sexual entendida como competencia técnica. Así, en los varones es el miedo a padecer disfunción eréctil, eyaculación precoz o retardada o, más general, a no saber ligar.
En las mujeres, la falta de deseo o la anorgasmia como incapacidad para responder al esfuerzo del compañero, y también el vaginismo como imposibilidad de cumplir con la función maternal aún fuertemente arraigada en ellas.
Tanto en ellos como en ellas no se trata de temores morales sino técnicos: temen las disfunciones del mecanismo. Cuando ocurren, acuden al sexólogo para que les repare las piezas estropeadas o les enseñe cómo utilizarlas de forma correcta.